Anoche Rosarito fallecía entre los brazos de Laura, su cuidadora, que no la ha dejado ni un momento sola desde que enfermó la noche anterior.

Finalmente una insuficiencia renal aguda compatible con una posible enfermedad infecciosa se la ha llevado de nuestro lado.
Atrás han quedado tres años de aventuras y anécdotas de una cabra muy especial, y los recuerdos bonitos se juntan con las lágrimas.

Rosarito vivía en un cercado de 2 metros cuadrados del que nunca había salido. Era un espacio tan reducido que no podía caminar y sus pezuñas no se desgastaban y habían crecido tanto que le habían deformado las patas y le obligaban a caminar en una posición incorrecta. Esto le provocaba un fuerte dolor que le impedía moverse.

Cuando llegó al Santuario arreglamos sus pezuñas, pero no sabía caminar y tuvo que aprender casi desde cero.

Aún así Rosarito estaba tan emocionada por poder conocer el mundo, por ir a pastar junto a una nueva familia, que hacía lo imposible para que sus compañeras no se fueran sin ella. Incluso cuando estaba exhausta y no podía caminar se arrastraba con las rodillas para intentar seguirlas.

Durante muchos meses estuvo recibiendo un tratamiento veterinario y la vigilábamos constantemente para evitar que se hiciera daño. Pero un día, durante un paseo con todas las ovejas y cabras del Santuario, nos dimos cuenta que Rosarito ya era una más y que habíamos vencido las secuelas físicas y psicológicas de su vida anterior.

Sabemos que ha sido feliz durante este tiempo, que su vida cambió desde el mismo momento que decidimos rescatarla y traerla al Santuario. Pero en momentos como éste la vida nos parece injusta, porque Rosarito debería estar durmiendo ahora mismo tumbada junto al resto de sus inseparables amigas, observando un precioso cielo estrellado.

Esta mañana le contábamos al resto de ovejas y cabras que Rosarito no iba a volver. No sabemos si nos han entendido o no, pero seguro que la echan de menos tanto como nosotros la vamos a echar de menos.

Pequeña Rosarito, siempre en nuestros corazones.